En todos los ámbitos tarde que temprano llega el relevo generacional, y la tauromaquia
no está exenta de ello, se trata de un ejercicio saludable que viene con la única finalidad
de refrescar y otorgar aromas nuevos a la actividad. Por años, la Fiesta Brava ha
contado con mandones que en su momento se hicieron a un lado o los dejaron fuera,
dejando el camino libre a los nuevos valores, tal como pasó en México apenas unos
cuantos años atrás, cuando la figura del mando azteca recaía sobre los hombros de
Eulalio López “El Zotoluco”, un hombre que ha base de esfuerzo conquistó La Gloria, un
torero que tarde a tarde portó de manera honorable el terno de luces.

Fue el sábado 4 de febrero del 2017, cuando el maestro de Azcapotzalco se retiró de
los ruedos, poniendo fin a una trayectoria admirable y sobre todo respetable, cartel que
compartió con el valenciano Enrique Ponce, donde se lidió un encierro de la prestigiada
ganadería de Fernando de la Mora, una corrida emotiva que terminó con la salida a
hombros de ambos coletas, rematando en el hotel donde apenas unas horas antes se
había enfundado por última vez el vestido de luces, resultando una escena poco usual
con un brindis al alimón en la barra del bar con dos toreros de época. La carrera como
torero de “El Zotoluco” había llegado a su fin, luego de ese acontecimiento histórico el
trono quedaba a la deriva, la corona a la espera del nuevo emperador, la mesa estaba
puesta para aquel que reuniera los argumentos y condiciones necesarias para la
exigente encomienda.
Y fue justamente el nacido en “La Tierra de la Gente Buena”, en el meritito
Aguascalientes, cuna de grandes y tantos toreros, quien llegó para quedarse, su
nombre es: José Guadalupe Adame Montoya, llamado cariñosamente entre su círculo
cercano como “Cachito”, y más conocido entre las masas como Joselito Adame, aquel
chiquillo que causó un gran interés desde sus inicios como becerrista, aquel que más
tarde emprendió el viaje a Europa donde continuó su preparación y no retornó hasta ver
su sueño materializado, convertirse en matador de toros.
Joselito ya se perfilaba para ocupar el sitio de la primera figura mexicana, gracias a los
triunfos que cosechaba en diversas plazas de la República y extranjeras, si llegar a la
cima le resultó todo un reto, mantenerse le ha exigido el doble, sobre todo porque la
generación de toreros que en aquel entonces se encontraba venían apretando, sin
embargo, Joselito defendió a capa y espada aquello por lo que tantos años luchó.
Los años han pasado y con estos, las temporadas, pese a ello Joselito Adame se
mantiene intacto, en todo este tiempo ha depurado su tauromaquia, apretando cuando
hay que apretar, gustándose internamente, dando la cara ante las figuras extranjeras y
dignificando la tauromaquia mexicana por el mundo, convenciendo incluso a una de las
aficiones que paradójicamente le ha costado más, la de su natal Aguascalientes, una
tarea nada sencilla que como el propio torero ha mencionado; “el desgaste físico y
mental llega a ser extremo”. Pareciera que el torero hidrocálido se mantiene en la cima
desde hace décadas, sin que hasta ahora ningún torero se atreviera a arremeter contra
su sitio.

Mientras todo esto acontecía en la vida de Joselito, en México se fraguaba una
generación de toreros ambiciosos, con una mentalidad de “comerse al mundo”, que
perfeccionó su técnica en el extranjero, ganando rodaje y aprendizaje, generación que
llena de ilusión al aficionado, toreros que se sienten cómodos con el toro mexicano y
con el español, que lo mismo les da torear en plazas de primera o de segunda
categoría, conocen de que se trata el negocio, toreros que pueden llegar a consolidar
sus respectivas carreras.
Un puñado de coletas que van a por un “hueso difícil de roer”, pues no será nada
sencillo despojar a un aguerrido Joselito Adame, se trata de una generación que puede
ir más allá de lo que imaginamos, pues cualquiera de ellos podría llegar a colocarse
incluso al lado del torero más importante de América; Andrés Roca Rey.